miércoles, 22 de octubre de 2014

Primeras impresiones XXXIV



Desde lo alto de la torre fortificada sólo se veía, como siempre, un mar en calma de un azul verdoso intenso como el que ninguna piedra preciosa podría llegar a mostrar, un cielo perfecto y severas montañas rocosas con lujuriante vegetación a sus pies. Era una imagen paradisíaca, pero que para ella representaba únicamente una cosa: que cierto Shugenja Mantis estaba volviendo a jugar con sus sueños, atrapándola en un reino onírico al que no sentía interés por ir.

Él estaba allí, en silencio, observándola con atención como si cada temblor de sus pestañas, cada respiración, cada álito silencioso que le acariciaba el cabello fuese esencial. Hoketuhime no sentía ningún deseo de hablar con aquel desconocido al que despreciaba y odiaba por sacarla de sus rutinas, y él parecía conformarse con mirarla sin más tras unos primeros intentos de sacarla de su mutismo.

La belleza natural del paisaje antinaturalmente soleado era como un bálsamo para los nervios de cualquiera; no para los suyos. Ella sabía que en la vida, lo hermoso no era necesariamente bueno. Se conocía profundamente a sí misma, herida y destruída más íntimamente de lo que nadie pudiera soportar tras su máscara de perfecta compostura. Tomándose de ejemplo, aquel panorama sobrecogedor no le producía inquietud siquiera, sólo el profundo deseo de no ceder.

-Amáis al Emperador.

Aquella declaración inesperada le hizo pestañear. Dudó un instante, con el rostro indiferente, antes de decir:

-Sí. Pero eso no es asunto vuestro.

Él se tensó y sus ojos verdemar se llenaron de chispas de ira.

-No, supongo que no.


***

El general Oni reunió a sus lugartenientes, chasqueando sus tentáculos de agua putrefacta, hirviendo hasta la sal marina de sus venas.

-Quiero que matéis al Emperador Toturi III. El que lo logre, conseguirá mi puesto.

Hubo una oleada de anticipación y luego todas aquellas bestias impensables se alejaron sobre sus profanas patas, apéndices o vientres viscosos. Sólo una quedó en silencio, mirándole con imposibles ojos aguamarina, del mismo tono exacto que los suyos. Su hija no se movió.

-Estás perdiendo el norte por una humana -dijo en voz profunda, sensual y exquisita como el sonido de las olas sobre la playa, e igualmente irresistible para otros.

-¿Hablas por experiencia, hija?

Ella achicó los ojos y volvió el rostro pálido, con la cortina de cabellos azules cubriéndola como una cortina.

-Al menos -respondió sibilante-, yo tengo un contrato.



Notas: Imagen sacada de http://www.fotosoimagenes.com/2715/imagenes-de-playas-paradisiacas/playa-paradisiaca-5/
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