jueves, 21 de agosto de 2014

Primeras impresiones XXXIII



La luz de una vela trajo de vuelta su consciencia, o al menos eso le pareció. ¿Cuánto llevaba inconsciente? Makoto estaba sentada a su lado, mirándole con preocupación. Por un momento, creyó que soñaba. ¿Dónde estaba Naseru?

-Naseru-san ha ido a cenar con la corte -dijo ella como si le leyera el pensamiento-. No puede faltar a sus deberes o podría generar comentarios, y me ha insistido mucho en la necesidad de mantener vuestro incidente en secreto...

-Uhm... -la notaba tensa, descontenta. Sus siguientes palabras, aunque dichas en voz baja, fueron aclaratorias:

-Me habéis asustado.

-No era... mi intención -musitó él.

-No vuelvas a hacerlo, onegai -la voz de ella era casi un susurro.

-Creo que no podré venir al próximo desayuno tampoco -intentó bromear él.

-Entonces vendré yo a desayunar con vos. Alguien tiene que evitar que hagáis tonterías...

-Yo no hago tonterías.

Ella enarcó una ceja, y luego comentó como quien no quiere la cosa:

-Naseru-san estaba muerto de preocupación. Al parecer le dijísteis a él y a Kaneka-chan que no estábais herido.

-Yo no creía... 

-Casi faltáis a vuestra palabra y me dejáis sola.

-Lances del combate, no lo tenía planeado -protestó él. Ella le miró con sus ojos grandes, castaños y sinceros, y él se quedó sin habla unos instantes-. No me crees...

-No avisásteis a nadie de que estábais herido, Sezaru-sama.

-No dolía, no pensé que fuera tan grave -mientras se defendía, él empezó a replantearse la situación. ¿Había sido realmente así? ¿No había sentido nada cuando le apuñalaron? ¿Por qué no prestó atención a una posible herida? Entonces se percató de un detalle que había pasado por alto debido a la concentración en el combate, y posteriormente en la curación de sus hermanos-. Estabas aquí.

-Me ha pedido que sea su esposa -respondió ella suspirando.

-¿Por qué? -no pudo evitar preguntar él, sintiendo una nueva angustia. El dolor de su corazón superó con mucho al de su herida, y de repente se dio cuenta de que realmente no le hubiera importado morir en la batalla, faltando a su deber como Voz del Emperador y protector de Rokugan. Hubiese hecho cualquier cosa por escapar de aquella agonía, incluso provocar un nuevo desespero a Naseru o huir de sus obligaciones. 

-Porque me ama...

-¿Y tú a él?

-He declinado -dijo la Usagi, aunque el mero hecho de que no respondiera directamente a su pregunta le dijo a Sezaru cuanto necesitaba saber. De nuevo ella le miró a los ojos-. Porque os amo.

Y el Lobo se quedó sin palabras.

***
La cena había sido tranquila. Hoketuhime agradecía la ausencia de Candidatas en ellas, ya que le permitía un descanso, ni que fuera ilusorio, de los terribles celos que la acosaban constantemente. La Candidata León que hablara de ella con desprecio, la Candidata Escorpión con sus seductores hombros desnudos, la Candidata Grulla de rostro encantador cuyas pecas resaltaban aún más la perfección del resto de sus rasgos... El no verlas ni sufrirlas era un alivio inmenso. Sin embargo, como buena conocedora de su Emperador, había notado que éste estaba ligeramente ausente. Sus modales habían sido más reposados, su único ojo negro se había posado gravemente sobre los comensales mientras se intercambiaban chismes políticos, y en general su aire había sido digno, honorable y severo. En exceso, incluso. Ella sabía muy bien cómo era su Señor y aquel cambio insinuaba que algo había ocurrido que le perturbaba profundamente. Unas cuantas pesquisas discretas le habían hecho saber que Sezaru-sama no había sido visto por ningún lado aunque su presencia en la cena se había dado por descontada. Kaneka-sama, sin embargo, no había mostrado variaciones en su rutina, así que podía intuir que no había pasado nada realmente realmente peligroso.
 
Se preguntaba si tendría algo que ver con el hecho de que la Candidata de la Liebre no hubiera estado presente tampoco. Ese pensamiento le provocó una sonrisa incrédula en su mente, que no se reflejó en su rostro: era bastante incongruente imaginarse al avejentado Lobo huyendo en la noche con una muchacha, y menos con una cuya mano, si lo deseara, fuera tan fácil de obtener. Él había demostrado interés, devaluándose al ofrecer sus atenciones a una jovencita de estatus. ¿Qué familia de un Clan Menor pondría pegas a un pretendiente tan ilustre?
 
A menos que otro pretendiente de mayor alcurnia hiciera una propuesta...
 
Hoketuhime sintió un ligero desasosiego ante aquella idea insidiosa. Pero no, no era posible. Nadie tenía mayor rango que la Voz del Emperador, salvo el propio Emperador.
 
Ahora sólo quedaba el repaso de los eventos para el día siguiente y podría retirarse a reposar. Aquel era un momento único, especial, que ambos compartían. Ella lo atesoraba, aunque sabía que él no. Repasaron los actos públicos, las figuras de la Corte que debían asistir, las invitaciones a enviar, los detalles de los que la Daimyo debía ocuparse. Y entonces Naseru dijo aquellas palabras que fueron como puñaladas:
 
-Invita a la cena de mañana a las Candidatas de los Clanes Menores.
 
Hoketuhime no parpadeó siquiera ante aquella petición inusual.
 
-¿A las de los Clanes Menores, mi Señor?
 
-Hai.
 
-¿Y a las de los Clanes Mayores?
 
-No es necesario.
 
Hoketuhime sintió cómo su corazón se rompía, pues intuía vagamente el porqué de aquel honor. Había estado jugueteando con la idea de que cierta Candidata pudiera atraerse atenciones a las que no parecía propio que aspirara. Y sin embargo...
 
Aquella noche, la Daimyo se quedó sola en su cuarto, apagó todas las velas y lámparas y, ataviada tan sólo con su ropa de dormir, se sentó junto a la ventana con el cabello suelto y contempló el paisaje nocturno en el que no se movía ni una hoja.
 
Ni una sola lágrima cayó por sus mejillas.

Nota: Mi más sentido agradecimiento a Morweris por ayudarme con la imagen, ya que mi portátil ha muerto y mi Photoshop con él xD

martes, 12 de agosto de 2014

Primeras Impresiones XXXII


-¡Será baka...! -Naseru maldijo. Makoto negó con la cabeza.

-No es momento de maldecir -la joven Usagi parecía tranquila y fría, aunque por dentro le devoraban los nervios. El Emperador, por el contrario, estaba demudado: una hermana muerta ya había sido suficiente. Levantó en brazos a Sezaru, buscando la herida. Fue ella quien la vio primero-. Le han apuñalado por la espalda.

-Baka.... -susurró él, angustiado.

-Ssssssh.... Ahora no, cuando esté bien -le tocó la mano, tranquilizadora. Ninguno de los dos se sintió extraño por ello, pero aquel gesto familia y afectuoso sí chocó a Kaneka cuando llegó con un sanador Fénix.

El Shogun los observó a ambos mientras centraban su atención en el herido, tendido ahora sobre un futón. Estaban muy juntos, Naseru con la mirada fija en su hermano herido, con una expresión que el Bastardo reconoció. Estaba aterrado ante la perspectiva de perder a otro miembro de su familia. Makoto aparentaba serenidad, pero sus ojos revelaban que tampoco estaba segura. No obstante, esperó al veredicto del sanador antes de sucumbir finalmente a sus nervios.

-Se recuperará, pero necesita reposo -musitó el Fénix, sin que en sus rasgos se transparentara nada excepto desaprobación por el estado en el que se encontraba Sezaru. Ni siquiera el que la joven Liebre estuviera ahí, con el Nemuranai del Lobo en el regazo, le hizo levantar una ceja-. No dejen que haga esfuerzos hasta que la herida se cierre.

Makoto asintió, temiendo que si intentaba hablar en aquel instante no le saldría la voz. Una vez finalizado el examen, el hombre se levantó y salió, acompañado del Shogun que le recordó la necesidad de discreción en aquel tema. La preocupación le hizo ser algo menos delicado de la cuenta, ya que el Fénix se marchó algo ofendido y bastante asustado. Cuando volvió a entrar, se encontró con que la muchacha acariciaba lentamente el cabello blanco de Sezaru, mientras vigilaba su respiración.

-Se pondrá bien -dijo Naseru, mirándola a ella ahora.

-Hai... -repuso Makoto, que al pasar lo peor parecía haber dado rienda suelta a un ligero temblor que la agitaba de pies a cabeza. Miró a Naseru y parpadeó para deshacerse de las incómodas lágrimas que pugnaban por brotar de sus párpados-. Me he asustado -reconoció en voz baja-. Y no me ha gustado quedarme atrás -añadió suspirando-. Quizás hubiese sido un estorbo, pero...

-Gomen nasai -respondió Naseru en voz baja. Al contrario que ella, ya había superado la tensión y estaba relajado y centrado-. He sido egoísta al mantenerte en la retaguardia, pero no deseaba arriesgarte... no tan pronto.

-Soy bushi -dijo ella alzando la mirada del paciente.

-Y yo soy humano -en los labios del Emperador bailaba una sonrisa vacilante.
 
Kaneka no era un shugenja, pero recordaba las palabras proféticas de Sezaru. Él no les hubiese dado importancia y habría seguido adelante, pues perder el ahora por la amenaza de un futuro posible pero no inamovible le parecía absurdo. Sin embargo, Sezaru estaba loco, y siempre había vivido en sueños más que en el presente. No sería tan extraño que dejara escapar su vida por miedo a perder a su amor, lo cual como samurai era inadmisible. Pero si su competidor era Naseru...
 
Su hermano pequeño le había arrebatado el trono. ¿Le iba a arrebatar también su amada?
 
***

Junto al estanque, el Magistrado pelirrojo de extraños ojos amarillos contemplaba las aguas sin parpadear, siguiendo el movimiento de las carpas. Sunetra se sentó a su lado, silenciosa como una sombra. Él no dio más señal de haber percibido su presencia que un levísimo relajarse de sus hombros.
 

Si la Mano Oculta del Emperador estaba allí, es que éste estaba a salvo. De momento.

-Es el tercero este año -dijo él casi en un susurro.

-La seguridad era mejor en la Ciudad Imperial. Aquí estamos en terreno desconocido.

-Hai... -la miró a los ojos, asegurándose de que estaba bien. Por ese pequeño gesto supo ella que había estado muy preocupado por su seguridad. 

-No entré en el campo de batalla. Mi Señor me confió otra misión, igual de preciosa.

-¿Igual de preciosa que su vida? -el hombre arqueó ligeramente las cejas, con incredulidad.

-Para él, sí...

De nuevo los ojos amarillos la escrutaron, esta vez en busca de respuestas. Luego musitó en tono prácticamente imperceptible:

-Así que ya la tiene. A la elegida.

Sunetra miró al agua, sin decir más. No era necesario. 

Entre los dos esposos, a menudo sobraban las palabras.


Nota: Imagen extraída de la página http://www.taringa.net/posts/imagenes/9610189/Koi-Fish---Significado-Dibujos-y-Tatoo-s.html
La carpa simboliza el valor.

lunes, 11 de agosto de 2014

Primeras Impresiones XXXI

Kurako se dirigía al dôjo cuando casi se da de manos a boca con el General Hida Nakao en persona. Era éste un hombre enorme, fornido, lleno de cicatrices, con largos bigotes que caían luengos a ambos lados de una boca amplia y generosa. Con una fiereza inmensa propia de los guerreros del Muro, le hizo sin embargo una inclinación y le pidió disculpas.

-Iie -respondió ella con una leve sonrisa. No sabía el porqué, pero le simpatizaba aquel inmenso hombretón de modales poco elaborados y brusca amabilidad. Quizás por la forma inconsciente en que había insultado a la sensual y retorcida Candidata Escorpión; aquello había hecho que a la León le gustara instintivamente-. Yo iba distraída, General. Aceptad mis disculpas.

-¿La perfección pide disculpas al tosco muro? Amateratsu velará sus ojos ante tamaño sinsentido -sonrió él levemente.

-El muro es grande y fuerte, y detiene al enemigo -repuso ella devolviéndole la sonrisa con más sinceridad de la que ella misma esperaba-. Y yo no soy la perfección. Gracias por el cumplido, General Nakao...

Él se iluminó como un niño ante un regalo inesperado, y ella tuvo que contener su regocijo, un regocijo natural e inesperado. Llevaba demasiados días enfuruñada, se percató, incluso algo deprimida por la falta de atención del Emperador. Sintió algo de alivio teñido de agradecimiento por poder escapar de aquel estado de ánimo. Miró atentamente al general Cangrejo, pensando que a su padre le gustaría que trabara amistad con un hombre de carrera tan admirable como él.

Tras ellos, pasó dando tumbos Komori Tanaka, demudado y blanco como la cal. Kurako se giró para verle pasar, y se llevó una mano a la boca: el maduro Murciélago tenía los ojos perdidos de alguien seminconsciente. Tropezó y cayó al suelo.

-¿No es el acompañante de la Candidata Murciélago? -musitó la joven Akodo, para sí. Se inclinó hacia él. No estaba herido, y sin embargo parecía sufrir algún tipo de ataque, temblando espasmódicamente.

-¡No lo toquéis! -le advirtió el General. Ella le dedicó una mirada de enojo.

-Onegai -dijo cortante-. No soy estúpida. No iba a tocar a un posible enfermo, no antes de que un sanador...

-Iie. Iie, onegai... -la voz del Komori sonó entrecortada, casi como si se ahogara-. Onegai, estoy... estoy bien. No es nada, sólo... Estoy bien. Arigatô, Akodo-sama, Hida-sama... Onegai, dejad que... ya estoy bien -se puso en pie con dificultades, trastabillando, pero decidido. Aquella espantosa palidez había remitido ligeramente, y parecía capaz de fijar la mirada en sus dos interlocutores, aunque no parecía estar en plena posesión de sus facultades.

El Cangrejo y la León se miraron, y luego ella preguntó gentilmente:

-¿Estáis seguro...? No parecéis...

-Estoy bien -repitió él, tozudo-. Onegai, no permitáis que mi malestar os impida seguir vuestras rutinas. Sólo ha sido un vahído. Descansaré y en unas horas estaré mejor. Os agradezco vuestra preocupación -hizo una rápida pero profunda reverencia antes de alejarse, inseguro pero rápido sobre sus piernas.

Kurako bufó.

-¡Clanes Menores! Sólo traen problemas -musitó, enfadada.

***
El paso del Shogun al volver a las estancias del Emperador fue lento, casi arrastrado. Se preguntaba qué había retenido a Naseru tanto tiempo; casi había aparecido al final del breve pero sangriento encuentro. Por poco no había llegado, cosa que podría haber desequilibrado el encuentro a favor de los atacantes. Ahora, afortunadamente, nada tenían que temer. Los discretos Eta retiraban los cuerpos que un Magistrado de confianza revisaría junto con Sezaru.
 
No era habitual en el más joven de los hermanos llegar tarde.
 
-¿Se puede saber qué ha pasado? -le dijo, frunciendo tormentosamente el ceño. Aunque Naseru y Kaneka se habían reconciliado tras la muerte de Tsudao, no por ello era todo miel sobre hojuelas entre ambos.
 
-Estaba en mi jardín privado. Di orden de no ser molestado, y hasta que no me llegó el aviso de Sunetra no supe del ataque -repuso fríamente Toturi III.
 
Sunetra... la guardaespaldas Escorpión del Emperador. Ahora que se fijaba, no había estado presente durante el altercado, lo cual en sí era una rareza. Naseru siempre era precavido, pues aunque era también bushi, el hecho de que su entrenamiento principal fuese como cortesano suponía una relativa desventaja ante situaciones bélicas. Kaneka iba a decir algo, cuando otro hecho le sorprendió. Al abrir las puertas, se encontró con nada más y nada menos que Usagi Makoto. Vestía tan solo un sencillo yukata de algodón de color jade, como recién salida de los baños imperiales y la preocupación nublaba sus expresivos ojos castaños. Hizo una reverencia ante Naseru, y luego miró a Kaneka.

-¿Kaneka-sama? -preguntó ella, como si fuese extraño verle en las habitaciones de su propio hermano. Luego volvió la mirada hacia Naseru, que lucía un feo corte en la cara-. Oh, Kamis. Hay que llamar a Sezaru-sama...

-Estoy aquí -Sezaru entró y la joven se apartó para permitirle situarse junto a Naseru y curarle. Kaneka sintió que las palabras se le atascaban en la garganta mirando a la muchacha, que aparte de lucir un aspecto realmente hogareño, era una visión totalmente asombrosa. Sin embargo, ni el Emperador ni su Voz parecían particularmente sorprendidos. El Lobo murmuró algo y una cálida y curativa luz brilló en sus manos, cerrando la herida de Naseru. Si no hubiese sido porque por conveniencia les interesaba conservar en secreto el ataque, tal vez no hubiesen curado aquel corte, que era más escandaloso que realmente peligroso. Kaneka esperó su turno. Dos flechazos en hombro y espalda le restaban movilidad en el brazo. El Shugenja no malgastó mucho tiempo y fue efectivo y rápido.

Y Makoto no era una visión suya. Kaneka volvió a mirarla, frotándose los ojos. Nada. Seguía allí, con gesto preocupado.

-¿Sezaru-sama..? -musitó la joven, y se precipitó hacia él.

El Shugenja se había apoyado en la pared, y se había ido deslizando lentamente hasta el suelo. Un rastro de sangre dejaba claro por qué estaba perdiendo sus fuerzas.

Habían herido al imbécil, y no les había dicho nada, ni siquiera había pensado en curarse.

-¡Kaneka-chan! -la Usagi volvió su rostro angustiado hacia él-. ¡Busca a un sanador, onegai...!

El Shogun no se hizo rogar y salió corriendo. Los interrogantes podían esperar a más tarde.

El sonido de la máscara de Sezaru al rodar por el suelo, caída, puso alas en sus pies.